(Escrito para una revista de la zona en el contexto de la industria lechera)
La colaboración según la definición de la RAE, es “trabajar
con otra u otras personas en la realización de una obra”. No hay manera de que
hayamos logrado lo que hemos logrado como especie sin colaboración. El hecho de
que exista un lenguaje en el cual vivimos es evidencia de esto, ya que el
lenguaje es producto de que durante nuestra evolución hemos necesitado
coordinar acciones, hemos necesitado colaborar.
Pensemos en cualquier producto que utilizamos normalmente,
por ejemplo, un lápiz grafito. Para que podamos escribir con un lápiz, ha sido
necesario que el grafito haya sido extraído de una mina, para ello ha sido
necesaria una danza colaborativa de personas y maquinarias que permiten que
podamos extraer el material. Lo mismo con la madera de la cual está hecho un
lápiz, el metal, la goma, los acabados, el transporte, todo ha sido producto de
la colaboración de muchas personas organizadas para que podamos escribir o
dibujar con un lápiz. Nadie en el mundo es capaz de hacer un lápiz sólo. La
colaboración es necesaria para cada producto o servicio que recibimos.
Si queremos generar cambios y obras que estén al servicio de
las personas, necesitaremos colaborar con otros. El desafío que presenta el
consorcio lechero de duplicar la producción para el 2020, no es menor, es una
obra que debe ser abordada desde la colaboración, desde la asociatividad, de
manera que en la industria puedan compartirse buenas prácticas y podamos
aprender unos de otros.
Sin embargo, desde niños, hemos aprendido a competir. Nos
evaluaron con notas para determinar quienes eran buenos y quienes no. Esta
lucha, entre ganadores y perdedores, hace que nos separemos unos de otros, que
nos vayamos sintiendo solos en el camino, que cambiemos el propósito
trascendente con foco en la obra, por el propósito de ganarle al otro, con el
consecuente miedo de ser menos.
Para hacer el cambio de mirada desde la competencia a la
colaboración debemos aprender nuevas formas, nuevas competencias que nos
permitan liderar personas en forma colaborativa. Ya no se trata de poner el
foco sólo en el trabajo individual, también necesitamos poner foco en la forma
en la cual nos relacionamos. Distinguir estas “habilidades blandas” y
capacitarnos en ellas, es posible y necesario para la sostenibilidad de la
industria.
Para lograr hacernos cargo de estos desafíos, necesitamos
reaprender a colaborar y ver al otro como legítimo. Necesitamos potenciar valores
como la confianza, el respeto y la responsabilidad en las organizaciones. La
buena noticia es que nunca es tarde, y el darnos cuenta es el punto de partida,
tal como decía hace miles de años el sabio chino Lao Tze, “Todo viaje de mil leguas parte con un pie fuera del umbral”. Hay
muchos que han elegido este camino y son varios los que se suman día a día.
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