Para hablar de innovación, es necesario hablar de emociones. Las
emociones son las energías que nos mueven, etimológicamente hablando es la
energía que induce a la acción. Dependiendo de mi emocionar, veré acciones
posibles y otras simplemente no estarán disponibles. Por ejemplo, cuando tenemos pena, la acción de exponerme ante otros no es la primera que aparece, sino más bien la necesidad de estar más callado y refugiado. A su vez, si siento alegría, seguramente darán ganas de repetir aquello que está pasando, de agradecer, de expandirnos.
Hoy en día, en la cultura
en que vivimos, las emociones han sido consideradas muchas veces como un
obstáculo en las organizaciones. Frases como “no tomes decisiones
emocionalmente” se han instalado como paradigmas válidos en las organizaciones.
Esta mirada es muy probable que esté atentando contra la innovación en las
empresas. No importa lo que hagamos, siempre estaremos en una emoción y siempre
hará la diferencia en las decisiones que tomemos. No podemos tomar decisiones
si no emocionamos, y las diferentes emociones, nos predispondrán a diferentes
acciones y decisiones, las emociones nos permiten tener una escala de valores
entre las diferentes opciones, por lo tanto, nos permiten priorizar.
Si queremos innovar, necesitamos saber que podemos equivocarnos,
necesitamos legitimar el error. ¿Cómo puede ser esto posible si desde niños nos
han entrenado para no cometer errores? El error y la equivocación no se
constituyen en el hacer, el error se constituye después del hacer, cuando
hacemos consciente que lo que hicimos no nos llevó al resultado que queríamos,
pero en el hacer, creíamos que estábamos bien, sino no hubiésemos hecho lo que
hicimos. Cuando el error es castigado, la emoción con la cual miraré mi hacer,
es el miedo a equivocarme. El miedo nos paraliza, nos pone a la defensiva, nos
aleja del estímulo y nos hacer volver a lo conocido, vale decir, no innovamos,
sino que nos refugiamos en lo que sabemos hacer bien. Es posible que aquellos jefes que mantienen relaciones de obediencia con sus colaboradores estén detonando esta emoción en los equipos de trabajo, la cual no promueve la creación de nuevos horizontes.
Para innovar, necesitamos desaprender muchas cosas, necesitamos
abrirnos a la posibilidad de error y legitimarlo como una posibilidad de
aprendizaje. Necesitamos confianza, tanto de nuestros líderes como de los
colaboradores. Para innovar, necesitamos también encontrar sentido en lo que
hacemos, necesitamos creer que existe un futuro en el cual participamos todos,
necesitamos salir de la resignación y pasar a un estado anímico del entusiasmo
o de ambición por el futuro. Necesitamos saber escuchar, conectarnos con otros
seres humanos para entender sus necesidades, necesitamos conversaciones de
posibilidades que nos permita abrirnos al aprendizaje con otros y por sobre
todo necesitamos creer que se puede. ¿Se
estará promoviendo esto en las empresas como cultura?
En una cultura de innovación, todas las personas deben
identificarse con la posibilidad de hacer un futuro diferente, y esto no se
logra solamente con tecnología o discursos motivadores, esto se logra
trabajando en la identidad, habitando emociones que nos permitan ver
posibilidades y aumentando el nivel de consciencia de nosotros mismos para
lograr ver las necesidades de otros. Para innovar, es imprescindible cambiar los
paradigmas acerca del error y alinear el sentido de contribución de las
personas con el propósito de la organización.
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